Una mujer se acerca a Jesús sin guardar la compostura, pues quería darle al maestro todo el amor que sentía. Con lágrimas lavó los pies de Jesús. Los secó, los besó y los ungió.
Esta mujer no era la persona indicada, de acuerdo a los presentes y de acuerdo a la sociedad para acercarse o tocar a Jesús, por eso Simón pensó que Jesús no era un verdadero profeta por permitir que esta mujer lo tocara.
Pero para el maestro, esta mujer de mala vida con sus acciones le demostró un amor nacido de agradecimiento por todos los pecados que Dios le había perdonado.
Jesús exhorta a Simón por haber juzgado a la mujer y por no reconocerle como Mesías, pues no supo ser un buen anfitrión cumpliendo con la constumbre de tener disponible un recipiente con agua y una toalla para que el invitado se lavara los pies y pudiera entrar limpio a la casa.
Reflexionemos ahora sobre cómo le estamos mostrando nuestro amor a Dios, ¿Cuánto será amar mucho a Dios? ¿Habrá algún límite en lo que podríamos hacer para mostrarle a Dios que lo amamos con todo el corazón?
Si con anterioridad, en nuestra mente se han alvergado pensamientos de duda, orgullo, autosuficiencia o altivez, que nos han impendido demostrarle nuestro amor a Dios, es momento de pensar en lo que podemos hacer para dejar a un lado esos pensamientos y sustituirlos por pensamientos que nos ayuden a mostrarle a Dios con acciones cuanto le amamos.
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