III. Los libros comúnmente llamados Apócrifos, por no ser de inspiración divina, no forman parte del Canon de las Santas Escrituras, y por lo tanto no son de autoridad para la Iglesia de Dios, ni deben aceptarse ni usarse sino de la misma manera que otros escritos humanos. (1)
1. 2 Pedro 1:21; Romanos 3:2; Lucas 24:27,44.
IV.
La autoridad de las Santas Escrituras, por la que ellas deben ser
creídas y obedecidas, no depende del testimonio de ningún hombre o
iglesia, sino exclusivamente del testimonio de Dios (quien en sí mismo
es la verdad), el autor de ellas; y deben ser creídas, porque son la
Palabra de Dios. (1).
1. 2 Pedro 1:19,21; 2 Timoteo 3:16; 1 Juan 5:9; 1 Tesal. 2:13.
V.
El testimonio de la Iglesia puede movernos e inducirnos a tener para
las Santas Escrituras una estimación alta y reverencial; (1) a la vez
que el carácter celestial del contenido de la Biblia, la eficacia de su
doctrina, la majestad de su estilo, la armonía de todas sus partes, el
fin que se propone alcanzar en todo el (que es el de dar toda gloria a
Dios), el claro descubrimiento que hace del único modo por el cual puede
alcanzar la salvación el hombre y las muchas otras incomparables
excelencias y su entera perfección son todos argumentos por los cuales
la Biblia demuestra abundantemente que es la Palabra de Dios. Sin
embargo, nuestra persuasión y completa seguridad de que su verdad es
infalible y su autoridad divina proviene de la obra del Espíritu Santo,
quien da testimonio a nuestro corazón con la palabra divina y por medio
de ella. (2)
1. 1 Timoteo 3:15.
2. 1 Juan 2:20,27; Juan 16:13,14; 1 Corintios 2:10,11; Isaías 59:21.
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